Mi
nombre es P. Soy un chico relativamente común, me gusta el fútbol, juntarme con
mis amigos a tomar una buena cerveza, ver películas. Soy alto, delgado, con un
sistema inmune un tato deficiente a veces, vivo resfriado. Soy un chico
universitario, tranquilo, y quizás hasta podría decir que pocas cosas
relevantes me han pasado en estos 24 años que llevo acá.
Y
aunque nadie me crea, ésta fue mi mejor historia.
Ella es
imposible de definir. Se apareció en la escalera un día, mientras yo bajaba
desde mi departamento para ir a la facultad. Por lo general yo uso siempre el
ascensor, pero ese día estaba la luz cortada. Vivo en un 7mo piso. Es
complicado subir, pero bajar siempre es más fácil… Crucé mientras bajaba a mi
vecino del B, que intentaba subir con su pobre y enclaustrado can, crucé al
portero que también subía, y a ella. No la había visto nunca en el edificio…
Mientras
yo bajaba ella subía, y no pude evitar mirarla, tenía la mirada un tanto apagada.
En mi apuro por no llegar tarde, iba concentrado, y hasta abstraído de lo que
pasaba. Y en el momento que apareció me asusté,
casi la tiro escaleras abajo. Le pedí perdón, a lo que ella sólo
contestó con una sonrisa forzada.
Cuando
volví al edificio después de clases, la luz había vuelto, y me di cuenta de que
no había hablado con ella. Quería escucharla, saber cómo se llamaba, en qué
piso vivía, quería saber por qué nunca la había visto, y quizás hasta podíamos
llegar a juntarnos para tomar unos mates.
Pasó
una semana más o menos, y todavía no la había vuelto a cruzar. Cada vez que
bajaba de mi departamento para ir al kiosco o al supermercado, pensaba en la
posibilidad de verla. Tal vez entrando con sus bolsas de compras, con algún
perrito que tuviera, pensaba en cómo saludarla, cómo comenzar una charla de la
que pudiera sacarle algo de información.
Un
sábado a la noche, mis amigos no me llamaron para juntarnos como solíamos
hacer. Así que decidí bajar a buscar alguna película, tal vez unas hamburguesas
y unos panes. Y con un sentimiento raro de “esperanza por verla pero con pocas
posibilidades” bajé por la escalera.
Otra
vez me asustó. Pero como ya tenía toda la charla que mil veces había
practicado, le dije un efusivo:- Hola!
Como si
la conociera de toda la vida. Ella me miró otra vez con unos ojos enormes, muy
negros y apagados. Y siguió subiendo. Me quedé parado sin entender. Y pensé en
qué habría hecho mal. Pensé lo clásico: tenía mal aliento? Me había olvidado de
poner desodorante? No..
Decidí
que siempre iba a usar la escalera....
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